Wish you were here: Santa Mónica y Venice Beach

Posiblemente provenga de aquí la postal más popular de California, esa que gracias al cine todos tenemos en la cabeza: rubias patinando en daisy dukes y tops de bikini, palmeras y atardeceres paradisíacos. 


Esa imagen que hemos visto una y otra vez en videoclips y series de televisión es la imagen de las playas de Santa Mónica y Venice (que aunque están pegadas no son lo mismo). 


Aunque Los Ángeles es mucho más que palmeras y rubias en daisy dukes quisimos empezar por aquí porque sí es, definitivamente, uno de los paseos imperdibles sin importar lo que andes buscando.


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Tocinantes Honorarios: Liora & Hil.

(¡Tanto tiempo sin estar por aquí!).


Para hacer un regreso lo más espectacular posible, contamos con una comida espectacular no solo en sabores, sino también en historias. Liora Anderman e Hilel Fenig nos abrieron su casa y nos contaron sus pasados -los de ellos y los de sus familias- porque sin esos pasados los platillos que compartimos no existirían.




En una comida de un montón de tiempos, probamos matzah balls, kugel de papa y kugel loshen y concletn  de carne (que no son otra cosa que tortitas de carne: concletn en yiddish significa tortita). Todas, recetas judías. 


Dicen -nos han dicho- que "toda la cocina judía se ha basado siempre en la pobreza y la escasez, en los suspiros y en la culpa". Y también dicen (y a ver quién puede argumentar otra cosa) que "cualquiera es buen cocinero si dispone de langosta, caviar y foie gras" pero se requiere talento e imaginación para preparar una comida exquisita cuando lo único que abunda en la despensa es la escasez. 


Lo que comimos en casa de Liora y Hil son platillos cuyas recetas provienen de Rusia y de Polonia y pertenecen a una tradición culinaria en la que se utilizan muchas papas, cebolla y grasa. Se trata de obtener la mayor energía posible a partir de lo poco que haya disponible. Así leído suena triste, a heladas y hambrunas quizá, pero la experiencia acá a la distancia es lo más lejano de lo triste. La sopa con matzah balls es tan reconfortante como quedarte en casa un lunes nublado. Y las tortitas están llenas de sabor, de un sazón ajeno para el paladar de Héctor y el mío, formados en la gastronomía mexicana. 


Siempre que hemos compartido mesa con Liora y con Hil solemos tener mucho de que hablar, muchas preguntas y muchas historias y muchas risas. El mundo es grande y las personas que solo se relacionan con los que son (o parecen ser) idénticos a ellos mismos lo único que hacen es hacerlo chiquito y, ahí sí, bien triste. 

 

Este post no estaría completo si no mencionáramos a Mary, la cocinera de la casa: es dedicada y puntillosa, disciplinada y exigente con la calidad de sus ingredientes, es tan severa con sus recetas como divertida con su conversación. Es toda una fortuna poder probar lo que cocina.


Quede pues este post como testimonio -uno más- de lo bueno que es tener amigos. Y quede también como testimonio de que estamos de regreso en Los Tocinantes. Una vez a la semana a partir de ahora, eso sí. 




Gracias por leer.

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Mariscos en Los Arbolitos

Hace poco más de una década, en el DF solo conseguías mariscos estilo Veracruz. Que nos encantan, claro, pero en este país de gastronomía bendecida por los dioses de los panzones era una grave omisión que no hubiera otras opciones, como los mariscos estilo Sonora. 


En aquel entonces Los arbolitos de Cajeme ya existían (tienen 25 años de existencia) pero nada más estaban en su estado natal. Con el tiempo se fueron extendiendo primero en el norte del país y ahora hay 13 sucursales, una de ellas en Polanco.


Allá fuimos hace un par de semanas, a comer mariscos porque, ¿a quién no le encantan? 


El menú de Los Arbolitos es tradicional y extenso: hay tacos, tostadas, platillos tradicionales sonorenses, cortes de carne y una gran variedad de mariscos preparados de muchas maneras deliciosas. Si vas por primera vez, no llegues con hambre porque aunque el lugar es grande y suele haber lugar y el servicio es ágil, te vas a tardar un ratito decidiendo qué quieres comer. 


Nosotros hicimos lo mismo de siempre: pedir un montón de cosas al centro y probarlas todas. Empezamos con dos tostadas, una "embarazada" que tenía merlín, pulpo y camarón y otra con atún crudo y una salsita indescifrable. Resultaron un preámbulo de lo que vendría después, pura delicia marítima. 


Las tostadas están bien servidas pero igual apenas te tapan una muela, por lo que le hicimos espacio a otras dos entradas: los "toritos" (chiles) mixtos rellenos de camarón y marlín y el chicharrón de calamar. 


Vamos a detenernos aquí. El "chicharrón" eran tiritas de calamar frito empanizado, servido con salsa Teriyaki y cebollín fresco. Podríamos pedirlo siempre que vayamos. De hecho, ya queremos ir otra vez para pedirlo de nuevo. Sí, fue un flechazo de amor panzón. 


De platos fuertes tuvimos los camarones Boston (rellenos de queso y enrollados en tocino, saben tan pecaminosos como suenan) y una orden de arrachera. Esa última estuvo bien pero bien a secas, no nos enamoró especialmente, ¡mejor pedir más mariscos!




Como glorioso finale para una gloriosa comida, compartimos un postre sorprendente y perfecto. Se llama "la niña de 33" y es helado de vainilla con fresas flameadas en Mezcal 33, se sirve en una copa y viene acompañado de chocolate y coyotas tibias. Mientras tecleo me dan ganas de salir corriendo por uno. <Babea un poco>.


A Los Arbolitos, ya les ha de quedar claro, hay que ir con hambre. Completa toda la experiencia pidiendo algo del bar como para terminar de morir de felicidad. Eso de la foto es una "margachela", aunque se autoexplica, se las describimos: es una margarita de mango (se puede hacer de tamarindo u otros sabores) con una chela. 


Nos gustó mucho de Los Arbolitos no solo la comida, también el servicio que es extra eficaz y el hecho de que el restorán es totalmente bebé friendly, con periqueras que quedan a la altura de la mesa y todo. Ahora que nuestra hija ya come sola, eso lo valoramos mucho. Ah, y se ve que la terraza está muy a gusto, lamentablemente no pudimos sentarnos ahí porque es el área de fumar y no puede haber menores de edad. Pero si vas en pareja o en grupo sin niños, siéntante afuera y tómate tu tiempo para comer a gusto, beber y platicar mientras ves pasar gente. 


Todavía queda un dato sorprendente. El sitio no es caro, para todo lo que nos zampamos y para estar en Polanco, esperábamos que la cuenta fuera escandalosa... y no. Estamos seguros de que vamos a regresar muchas veces. 



Los Arbolitos de Cajeme. Euler 17, Polanco. Sitio oficial - Facebook - Foursquare - Twitter - Instagram


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Tocinante Honorario: Eduardo Escobar aka Escobas

Cuando llegamos a casa de Eduardo la mesa ya estaba puesta. Una mesa muy linda, con un colorido mantel, platos bonitos y copas. Lo mejor de la comida, nos queda claro, es que brindarla es un acto de amor que comienza desde mucho antes de servir el primer plato.


Quizá por eso nos gusta tanto esta sección de Los Tocinantes, porque nuestros amigos comparten sus mejores recetas, el espacio que es su casa y su cocina, su tiempo...

Eduardo, conocido entre sus amigos (y en el mundo del diseño) como el Escobas, además de todo eso compartió con nosotros un par de secretos que seguramente usaremos en nuestra cocina de aquí en adelante. Ahora se los decimos...

(Por cierto, este post tiene banda sonora. Todo el tiempo que estuvimos en casa del anfitrión se escuchó Radio Felicidad AM. Escúchalo aquí para ambientarte).

El Escobas nos hizo pensar en las peculiaridades de la gente que cocina. Algunos siguen recetas y son meticulosos, miden los ingredientes con tazas y cucharas medidoras o siempre pueden decirte exactamente cómo prepararon tal o cual platillo.

Otros, en cambio, le van calculando a ojo y cuando les preguntas sus recetas las medidas suelen ser "un chorrito", "no mucho", "ahí tú le ves". El Escobas es de estos últimos. De hecho, el "ahí tú le ves" es la clásica unidad de medida utilizada por su mamá.


Con eso en mente, procedemos a compartirles el menú.

De entrada, el Escobas preparó una crema Conde o crema de frijol, que le encanta y que además también es una favorita entre los autores de este blog. Escobas dice que siempre que va a un restaurante y hay crema Conde en el menú, la pide -nosotros también lo hacemos-. Hemos probado un montón de cremas de frijol pero la de Eduardo tiene unos detallitos que la pusieron en nuestro top 5 de cremas de frijol, esperen que les contamos.

Los croutones son hechos en casa y es a propósito que de unos lados estén más tostados, llegando a quemado. Muy poquito, apenas para que esos pedacititos quemados añadan un fondo de sabor a la mezcla de frijoles, crema, queso y chile. Y con todo eso, en la crema que preparó Lalo había otro sabor misterioso pero muy presente que no pudimos identificar. He ahí el primer secreto que adoptamos.


Al moler los frijoles, les añade chile pasilla tostado y hojas de aguacate como en Oaxaca. Eso último le da toda la onda a la crema. 

El segundo plato es un invento de Lalo de un día que estaba solo en casa, con hambre y sin sueño. Era tan noche que no iba a encontrar nada abierto así que decidió usar lo que hubiera en la cocina. Lo que hubo fue una lata de atún y un trocito de jamón, así que decidió combinarlo con cebolla morada, ajo, perejil y orégano. Puso todo en una sartén, lo acitronó y al final le roció vino tinto y le puso un poco de manzana picada y nuez.

El resultado, servido en un taco, es una combinación muy afortunada de sabores y texturas que no solo te saca de un apuro, sino que está tan sabroso que lo puedes servir en una cena con invitados.



Esta es la primera vez que uno de nuestros anfritiones cuenta con ayuda en la cocina, en este caso fue la señora Carmen quien fungió como ayudante picando ingredientes. Héctor quiso que mencionáramos su meticulosidad, pues dejó todo picado a la perfección en trozos iguales, ordenadísimo.


También nos acompañó Lola, la mascota de la casa, quién le tuvo una paciencia infinita a nuestra hija de año y medio quien ya come sola y también decide sola lo que quiere hacer: subir escaleras, apapachar perros, hojear revistas o explorar cualquier rincón en el que quepa su breve cuerpecito de bebé que ya camina.


Básicamente, el proceso de hacer este post fue toda una fiesta. Ya queremos hacer la siguiente.


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La Habana hipster.

Bueno, habrá que empezar por aclarar que "hipster" es un decir. Muchas veces las categorías de las cosas que conocemos no se ajustan exactamente a la realidad de Cuba. Este post trata sobre una zona de La Habana vieja que podrían acercarse a lo que alguien que vive en la Ciudad de México llamaría "hipster". Se trata de unas cuantas cuadras en las que se concentran galerías de arte, restoranes relativamente nuevos con personalidad propia y bares que exploran más allá del mojito y del son cubano más establecido.


Para definirlo en un mapa, diríamos que se trata de una triangulito cuyos lados serían la Avenida Bélgica entre Cuarteles y Habana, la calle de Cuba entre Tejadillo y Peña Pobre y Tejadillo entre Cuba y la Avenida Bélgica (mapa aquí).



Como todo en La Habana vieja, lo mejor es caminarlo. Se puede empezar en la Iglesia del Santo Ángel Custodio, donde una mujer de bronce con abanico y rizos coquetea en una pequeña plaza. Si caminas por Cuarteles, encontrarás varias galerías y dos cuadras más adelante una pizzería que se llama "Las cinco esquinas" (porque, exacto, hay cinco esquinas).

 Esta foto está tomada desde el punto de vista de la coqueta señorita de bronce (es una estatua).

Es una buena zona para ir a comer si buscas algo más que los tradicionales Paladares y definitivamente vale la pena ir a probar la coctelería, si bien los tragos pueden ser ligeramente más costosos que el promedio.


Mini clase de historia a continuación. ¡No se vayan, hay comida de por medio! A mediados de los noventas el gobierno cubano aprobó una modalidad de negocio semiprivado, el "paladar", que no es otra cosa que un restorán. Eso sí, los propietarios y administradores tenían que ser una sola familia. El paladar debía estar instalado en la casa familiar, todo el staff debía ser familia y debía tener lugar para doce comensales máximo.



Con el tiempo, las reglas se flexibilizaron. Ahora los paladares ya pueden tener más mesas, pueden estar en locales rentados y pueden tener empleados que no sean familiares. Los paladares son muy populares entre los turistas pues se dice que son baratos y de mejor calidad que los restoranes del estado. Nuestra experiencia difiere de ese dicho. Básicamente encuentras de todo en cuanto a servicios y calidades y los precios no son especialmente bajos. Incluso algunos paladares muy famosos o "tradicionales" son súper caros. Nosotros salimos huyendo de uno llamado "La Familia", por caro y sin personalidad.


De alguna manera, el término "paladar" está asociado a una época y una política determinada, como tantas cosas en Cuba, de modo que en los nuevos restoranes "hipsters" se nota que se han esforzado por alejarse tanto del concepto como de la palabra. 


Lo que se siente mucho en esta zona de La Habana es ese aire de renovación que hay en el país a causa de la reanudación de relaciones diplomáticas con Estados Unidos, unido a la apertura del gobierno hacia los negocios de la iniciativa privada (o "cuentapropismo", ¡otro término unido a una época y políticas determinadas!). Tanto los restoranes como las galerías y otros negocios de esta pequeña zona cuentan con propuestas más globales, comparadas con el localismo de otros sitios -muchas veces diseñado para turistas-.


Suponemos que eso será algo cada vez más extendido y vale la pena verlo ahora que está iniciando. Nos encantará saber a dónde llegará, pero habrá que esperar unos años y el siguiente viaje. 


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